por Kammerjäger Vie Nov 02, 2012 4:09 pm
Adolph se giró lentamente, escuchando la extraña respiración que alguien ejecutaba tras de ellos. Pocos segundos antes de que Gamov lanzara su advertencia, él ya clavaba su mirada en aquella monstruosidad.
-Oh, joder.-comentó a media voz, justo antes de saltar a un lado, justo a tiempo para evitar que la caja le arrancara la cabeza.
Tomó cobertura tras uno de los cubículos, y asomó momentáneamente cuando notó que la atención de la criatura se dispersaba ante la posibilidad de matar a los comunistas o buscarlo a él y hacerle más o menos lo mismo. No tenía dientes, pensó, con lo que no debe masticarlos. Posiblemente los haga trizas antes. Y ni de coña me va a hacer eso a mí. Colocó su arma sobre el borde de la pequeña pared y lanzó una ráfaga de prueba, para comprobar que la quitina absorbía la mayor parte de los disparos, y que los que la atravesaban posiblemente no llegaran a tocar ningún órgano. Es decir, que las de las del 7,62 le hacían poco más que rascarle. La Uzí no le haría ni cosquillas.
-Eres un hijo de puta duro, ¿eh?- comentó mientras la criatura se giraba hacia él, tras haberle prestado suficiente atención a los rojos que ocultaba tras su mole. ¿Estarían vivos? Esperaba que sí. Quedarse sin cebo ante aquella cosa era un tema muy jodido.
-Quieres comer, ¿eh? ¿Tienes hambre, cabronazo…?- siguió comentando, mientras una sonrisa perversa se dibujaba en su rostro y su mano libre tomaba una de las granadas, retirando la anilla y llevando mentalmente la cuenta atrás.- ¡Pues que aproveche!
Cuando le miró de frente y tuvo a la vista aquel profundo y oscuro abismo que le servía a la criatura de boca, lanzó el artefacto explosivo, con la esperanza de colarlo en el interior. Seguidamente saltó hacia atrás, cruzando con la espalda parte del pasillo entre cubículos, intentando huir de la explosión y de la bestia. Desenfundó el subfusil y comenzó a disparar ambas armas contra la criatura, descargando una hondonada de fuego automático sobre la mole de carne mutante. Lo bueno de enfrentarse contra una cosa tan grande era que no hacía falta afinar la puntería: todo aquel plomo que estaba escupiendo le daría de lleno. Otra cosa es que no le hiciera gran cosa, a no ser que le diera en la boca.
Se había desplazado suficientemente lejos de él cómo para que la granada no le afectara, pero en caso de que la treta no funcionara no podría superar a aquella cosa a la carrera. Esperaba que los rojos hicieran su parte y le salvaran el pellejo. Pero aquello tenía sus fallas, claro. ¿Estaban muertos? ¿Tendrían suficiente cerebro cómo para comprender qué sucedía? Y aunque aun respiraran y tuvieran los medios necesarios para salvar su pellejo, ¿se dignarían ha hacerlo…?
Entre el estruendo de la pólvora, las avispas de plomo al rojo y la lluvia de casquillos vacíos, Adolph deseó con todas sus fuerzas que el truco de la granada funcionara.